La Escuela de Frankfurt
surge con la fundación, en 1923, del Instituto para la Investigación Social, en
el periodo que se corresponde con la República de Weimar tras la derrota de
Alemania al término de la Primera Guerra Mundial y se extendió entre los años
1919 y 1933, cuando Hitler aprovecha de la gran crisis económica y el
descontento social para imponer en Alemania el totalitarismo nazi. A este
período lo conocemos como el Tercer Reich.. Entre las ideas delirantes de
Hitler y sus seguidores nazis se encontraba la de la defensa de raza aria
frente a las razas inferiores. Con el fin de dar una “solución final” al
“problema judío” deciden exterminarlos en esas fábricas de horror y muerte en
las que se convertirán los campos de exterminio: Dachau, Mauthausen,
Auschwitz-Birkenau. En ellos fueron torturados y masacrados judíos, eslavos,
disidentes de todas clases y prisioneros de guerra (entre ellos republicanos
españoles en Mauthausen), todos ellos considerados “enemigos del Estado.” Entre
dichos “enemigos” se encontraban los frankfurtianos, quienes hubieron de
exiliarse en el mejor de los casos. Al mismo tiempo, el afán expansionista de Hitler desencadena
la Segunda Guerra Mundial en 1939.
Tras la derrota de Alemania y sus aliados
en 1945, el mundo se polariza en dos grandes bloques: los EE.UU. y sus aliados
y la URSS y sus aliados. Capitalismo y Comunismo se enfrentan en un clima no
abiertamente bélico por la hegemonía. Son los años de la guerra fría.
Tras la derrota de Alemania y sus aliados
en 1945, el mundo se polariza en dos grandes bloques: los EE.UU. y sus aliados
y la URSS y sus aliados. Capitalismo y Comunismo se enfrentan en un clima no
abiertamente bélico por la hegemonía. Son los años de la guerra fría.
También en los años veinte y treinta se
endurece el comunismo en Rusia y en las Repúblicas Soviéticas bajo el mando de
Stalin, y pasa a convertirse en auténtica dictadura del terror. Radicalizando
las tendencias autoritarias presentes entre los bolcheviques desde la
Revolución Rusa de 1917. Stalin anuló todas las libertades, reprimió todo signo
de pluralismo y aterrorizó a la población instaurando un régimen policial.
Dispuesto a eliminar no sólo a los discrepantes o sospechosos, sino a todo
aquel que pudiera poseer algún prestigio o influencia propia, lanzó sucesivas
purgas contra sus compañeros comunistas, que diezmaron el partido, eliminando a
la plana mayor de la Revolución.
No debemos olvidar el Fascismo italiano de
Mussolini, quien accede al poder en 1922, populista, represivo, policial, en
definitiva: otro sistema totalitario como dos anteriormente mencionados.
A partir de 1960 las dos potencias
comienzan a dar pasos para suavizar el conflicto, y la guerra fría va dando
paso a un intento de coexistencia pacífica. El comunismo ruso adopta posiciones
menos combativas (en parte, a consecuencia del auge de China). Algunos partidos
socialistas occidentales moderan igualmente sus tesis y derivan hacia la
social-democracia.
La sociedad europea asume el neocapitalismo
que supone una nueva consolidación de la burguesía, a costa, sin embargo, de
concesiones a los trabajadores: mejoras salariales y de las condiciones de
trabajo, seguridad social, etc. Estamos en el llamado Estado de Bienestar y en
la sociedad de consumo. Pero la indudable prosperidad material aparecerá pronto
acompañada de un nuevo y hondo malestar ante nuevas formas de alienación: la
presión de la publicidad que impulsa a consumir más y por ello obliga a
trabajar más; la degradación de la calidad de la vida: malestar vital,
contaminación, degradación ambiental...
Como respuesta a este “malestar en la
cultura” (parafraseando a Freud), surgen nuevos movimientos de izquierda
revolucionarios que intentan despertar la conciencia de las masas “adormecidas”
por la sociedad de consumo y replantean la necesidad de una revolución total.
Tal es el caso de Francia, el Mayo del 68, en el que estudiantes y trabajadores
se alían para luchar contra el capitalismo.
Estos sucesos se extendieron por la República Federal Alemana, Estados
Unidos o Checoslovaquia (Primavera de Praga) España, México, Uruguay… Todo este
hervidero revolucionario fue apoyado por los frankfurtianos y no se explicaría
sin la rebelión del Movimiento de Libre expresión (Free Speech Movement) de la
Universidad de Berkeley (1964), cuyo teórico era Herbert Marcuse.
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